¿Cuántos adolescentes conocemos que puedan vivir su día a día desconectados de las redes sociales? Instagram, Facebook, WhatsApp,… son indispensables para poder compartir las vivencias personales y demostrar que se cumple con las exigencias de moda: juventud, optimismo, consumismo, prototipos de belleza, riesgo, aventura,… y crear así la imagen social deseada.
Acceder a las redes sociales ofrece una serie de ventajas como estar más actualizado de los acontecimientos que afectan al grupo de pertenencia y mejorar la integración social a través de un recurso que se caracteriza por su inmediatez y facilidad de uso.
¿Pero qué pasa cuando el pertenecer al mundo de las redes sociales no conlleva los resultados esperados? ¿Cuándo nos topamos con la crítica de los demás? ¿Cuándo nuestra gestión de los conflictos a través de ellas no es eficiente? ¿En la adolescencia, estamos preparados para poder afrontar las discrepancias de los demás?
Tolerar la frustración es una capacidad que se aprende desde los primeros años de vida, y para poder sobrevivir a ella, puede ser necesario haber desarrollado habilidades para la gestión de los conflictos en base al dominio de los derechos personales y la inteligencia emocional, la resiliencia y el fomento de la autoestima, conocer nuestros puntos fuertes y potencialidades y aceptar aquellos aspectos que no podemos cambiar.
Este paso es previo para poder adentrarnos en el mundo de las redes sociales con más garantías de éxito, ya que, todo lo expuesto sobre uno mismo en éstas, tiene la posibilidad de ser criticado.
En este punto es cuando podemos destacar algunos aspectos que pueden estar influyendo en nuestras reacciones ante la crítica. Evidentemente, no es la finalidad de este artículo, profundizar en los efectos de la crítica positiva, ya que en general genera emociones egosintónicas. Nos vamos a centrar en las críticas negativas, en aquellas en que la persona debe diferenciar en primer lugar, entre el yo y el otro, las necesidades de cada cuál, los valores respectivos y desarrollar el respeto por las opiniones diferentes a las propias.
Por otro lado, se debe valorar la finalidad de la crítica. Es decir, diferenciar las críticas constructivas de aquellas destructivas. Las primeras nos ofrecen una oportunidad de aprendizaje, en el momento en que estamos de acuerdo con ellas, identificando nuestros puntos de vista, acciones, emociones,… que son molestas para el otro y que si tomamos consciencia de ellas y del cambio deseado que se nos solicita, o bien, si llegamos a un acuerdo con el otro respecto a un cambio en su expresión, nos pueden permitir mejorar las relaciones con los demás y sentirnos mejor con nosotros mismos.
Otro gran grupo de críticas son las destructivas, dónde el emisor persigue que nos sintamos culpables, tristes, avergonzados,… por un hecho o conducta y dónde principalmente nos sentimos etiquetados, a la vez que no se ofrece ninguna posibilidad de reparación de la situación o del propio error.
¿De qué manera podemos volver funcional este tipo de crítica? En primer lugar podemos cuestionar la forma en que se ha elaborado, normalmente estos comentarios tienen un contenido poco concreto en cuanto a los hechos y pueden estar centrados en el uso de etiquetas limitantes. Este tipo de juicio podemos identificarlo porque muchas veces exige el uso del verbo SER “Tú ERES muy desagradable”. Para la persona que recibe este comentario, es poco enriquecedor ya que no se especifica qué conducta es errónea y por tanto queda indefenso para poder reparar la situación. Si lo comparamos con otros tipos de planteamientos más descriptivos y menos emocionales podemos valorar su funcionalidad: “Me molesta que grites”, “Preferiría que no usaras insultos cuando hablamos de este tema”. Por tanto, uno de los grandes retos para el receptor de la crítica es conseguir la descripción de aquello que ha molestado al otro de una manera concreta y funcional mediante preguntas: ¿Qué he hecho que te ha molestado?, ¿Qué ha pasado para que te enfades?, ¿Cuándo lo he hecho?,…
Posteriormente, será necesario valorar la validez de la crítica, pararnos y reflexionar hasta qué punto estamos de acuerdo con el mensaje, ya que el hecho de ser receptores de esa opinión no nos obliga a tener que aceptarla sin más.
En el caso de no estar de acuerdo con la crítica, la incapacidad para expresar nuestro desacuerdo puede hacernos sentir menospreciables afectando nuestra autoestima. Es en estas situaciones dónde tenemos la oportunidad para desarrollar nuestra asertividad. Encontrar puntos de coincidencia con el crítico permite disminuir la tensión que pueda originarse, enfatiza el sentimiento de encontrarse en el mismo bando y no posicionarse como oponentes, evitando los juicios polarizados y los insultos. Por lo menos, el hecho de estar comentando y profundizando, con otra persona un suceso, ya nos demuestra que éste es importante para los dos, por tanto, puede ser un punto de encuentro entre las dos posiciones. En este momento, podemos destacar las diferencias interpersonales que pueden explicar que ante una misma preocupación se pueda mostrar respuestas diversas. Justificar nuestra conducta en base a nuestro sistema de valores y creencias, puede permitir que el otro entienda el porqué de nuestros hechos, descartando la intención de molestar.
Recoger toda esta información será básico para poder ponernos en el lugar del otro y entender su reacción emocional. A partir de la empatía podremos ofrecer posibles soluciones al conflicto, o bien, recoger las expectativas sobre nuestra conducta que tiene la otra persona. La negociación será un aspecto clave que determinará la resolución del conflicto y la mejora en la relación.
Enlazando con el tema inicial, ¿cuándo estas críticas se sitúan en el ámbito de las redes sociales qué impacto tienen? ¿Cómo se deben gestionar? La crítica mal formulada genera profundos sentimientos de indefensión en la persona agravados por la pérdida de la confidencialidad de la situación y la sensación de ser una persona reconocible por sus errores (reales o no) sin llegar a conocer el alcance social de la situación. Va a ser clave la relación personal que tengamos con el crítico, así como la valoración del tipo de crítica. La proximidad con la persona crítica puede favorecer una adecuada gestión de ésta, a nivel privado fuera de las redes, siguiendo los pasos antes mencionados requiriendo, en algunos de los casos, la mediación de figuras de autoridad.
Ante respuestas que buscan la provocación y la confrontación, puede ser mejor ignorar esos comentarios, teniendo en cuenta que la legislación vigente nos otorga una serie de responsabilidades y derechos en el uso de las nuevas tecnologías que se deben conocer y respetar. En situación de acoso es recomendable guardar pruebas sobre los comentarios, trato, y acciones que se realizan por parte de los otros que permitan poner en marcha acciones legales.
Como padres debemos educar a los hijos ofreciendo habilidades sociales y estrategias concretas de gestión de conflictos previamente a su introducción en el mundo de las redes sociales. Este paso exige madurez por parte del adolescente, sobre todo si todavía es menor. El conocimiento sobre aspectos legislativos, riesgos y peligros, valores personales y asertividad garantiza que disponga de una mínima base para poder interaccionar con “éxito”. Aún y así es deseable que el adulto se mantenga cercano y pueda establecer normas y límites en su uso.
Susana Ustrell Juan Psicóloga General Sanitaria. Especialidad Psicología Infantil y Adolescente