El ejercicio parental supone el despliegue de unas capacidades para construir todo lo que implica, partiendo de atender a las necesidades básicas del niño proporcionándole un contexto de afecto, seguridad y estimulación rica y motivadora.
Es por ese papel fundamental que tiene la familia, por el que el terapeuta deberá potenciar sus competencias para capacitarlas eficazmente para poder atender las necesidades y, también, las potencialidades del desarrollo del niño.
Es necesario generar en los padres una parentalidad resiliente y positiva, capaz de encontrar soportes y de generar empatía hacia las necesidades que precise el hijo con dificultades.
Por ello, los terapeutas debemos de preservar a la familia en base a sus fortalezas, que siempre las hay, junto con herramientas para ayudarles a generar conciencia de ello.
Únicamente, de la estrecha colaboración bidireccional entre terapeuta y familia, surge una verdadera atención precoz.
Es fundamental, que las familias perciban a su terapeuta como un soporte estable y empático. Eso será posible a partir de una práctica relacional y participativa que permita compartir lo que verdaderamente necesitan, para crear conjuntamente con ellos las oportunidades para el aprendizaje de las distintas competencias que faciliten el funcionamiento de su día a día.
En segundo lugar, la intervención deberá hacerse en el entorno natural del niño, es decir en el hogar, la escuela y la comunidad. El papel del terapeuta implicará el de rol colaborador y coordinador en todos estos ámbitos que rodean al niño.
Como en los contextos naturales es donde se generan las experiencias compartidas entre padres e hijos, es en estos, donde se darán las oportunidades para generar aprendizajes significativos para el hijo y autoconfianza en las competencias parentales para los padres o educadores.
Es por todo ello, que la función principal del terapeuta de atención precoz es la de facilitar la capacitación y el empoderamiento de la familia, a partir de la escucha activa y proporcionándoles la confianza en las interacciones entre ellos y su niño. De esa forma proporcionaremos un beneficio emocional en los progenitores, que generará a través de la interacción padres-hijo, un gran impacto en el desarrollo competencial global del niño.
Todo profesional deberá actuar en base a prácticas centradas en la familia, mejorando así la calidad de vida familiar, lo que ocasionará un impacto positivo y notorio en el desarrollo del niño.
En definitiva, las intervenciones no estarán centradas directa y exclusivamente en el desarrollo del niño, sino en la capacitación de sus padres y en conseguir una estrecha colaboración terapeuta-familia.
Gisela Fernández Benítez Educadora Infantil, Especializada en intervención temprana y TEA en la primera infancia