El envejecimiento de la población se está acelerando en todo el mundo. En España, en el año 2050, las personas mayores de 65 años representarán más del 30% del total de la población. Los octogenarios superarán la cifra de cuatro millones.
El envejecimiento es una tendencia imparable. A nivel biológico, se caracteriza por la acumulación gradual, durante toda la vida, de daños moleculares y celulares, lo que produce un deterioro generalizado y progresivo de muchas funciones del cuerpo, mayor vulnerabilidad a factores del entorno y, en definitiva, mayor riesgo de enfermedad y muerte. Pero lo cierto es que los cambios que constituyen e influyen sobre el envejecimiento son diversos y muy complejos. Tanto es así que, mientras algunas personas de 80 años gozan de un buen funcionamiento físico y mental, otras son frágiles o requieren un apoyo considerable para llevar a cabo las actividades básicas de la vida diaria. La diversidad resultante en las capacidades y las necesidades de salud de las personas mayores no es aleatoria sino que se basa, en gran medida, en hechos ocurridos a lo largo del curso de la vida que a menudo pueden modificarse.
Algunos de los cambios fundamentales que las personas experimentamos a medida que se va produciendo el envejecimiento son, a modo de ejemplo, la pérdida de funciones sensoriales, cognitivas, inmunitarias, y del movimiento, que nos hacen vulnerables a padecer múltiples enfermedades crónicas como son cardiopatías, accidentes cerebrovasculares, enfermedades respiratorias crónicas, cáncer y demencia.
Es obvio que no podemos evitar envejecer ni tampoco enfermar, pero sí podemos participar en nuestra salud para modificar este proceso natural dado que, muchos de los cambios que ocurren en el envejecimiento están fuertemente influenciados por el entorno y el comportamiento de la persona y nuestro objetivo ha de ser un envejecimiento saludable para lograr un mayor control y una mejor adaptación a la enfermedad. La dinámica de la salud en la vejez es compleja,pero los elementos que entran en juego se expresan, en última instancia, en las capacidades físicas y mentales y en el funcionamiento de la persona mayor. Si aplicamos este concepto de funcionalidad a la autonomía y a las actividades que realizamos en la vida diaria, no hay función sin movimiento, ni movimiento sin músculo, conseguiremos el objetivo de alcanzar ese envejecimiento saludable.
La pérdida de masa muscular esquelética se conoce como sarcopenia. Y esto tiende a ocurrir a medida que vamos envejeciendo, lo que puede estar asociado con el deterioro de la fuerza y la función musculoesquelética, repercutiendo muy negativamente en nuestro rendimiento físico. El mecanismo fisiopatológico de la sarcopenia es multifactorial, participando, entre otros, la disminución de la ingesta calórica, el declive hormonal, el estrés oxidativo intracelular, la denervación de la fibra muscular, el desuso de nuestra masa muscular en la inmovilidad y la inactividad física junto con cierto componente genético. La intervención sobre este proceso es posible a nivel individual y desde, fundamentalmente, dos acciones: la dieta y el ejercicio. El adecuado uso de los nutrientes, el entrenamiento aeróbico y el ejercitar la fuerza, mejoran la capacidad funcional y pueden revertir o disminuir el riesgo de sarcopenia en el anciano, estando acreditado, incluso en edad muy avanzada, que la actividad física y la nutrición adecuada, pueden tener grandes beneficios para su salud y bienestar.
Marta Mercedes González Eizaguirre. FEA Geriatría.
Carolina Fernández Minaya 2, Carmen Oquendo Marmaneu 2. Magdalena Linge Martín 2 MIR Geriatría.
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